Después de leer el comentario que
mi querido amigo Eduardo Pinedo (profesor de Historia y de Filosofía y actual
director del I.E.S. Leonardo Da Vinci)
ha hecho de la entrada que en el mes de diciembre dediqué a la Apología de
Sócrates platónica, me parece interesante abordar la temática que desarrolla el
mismo autor en su brevísimo diálogo titulado Critón, ya que además desde el
punto de vista biográfico de Sócrates nos encontramos con una continuación de
los hechos narrados en el primero.
Sócrates que había sido condenado
a muerte en el juicio al que fue llevado por Ánito, Meleto y Licón, aparece en
el Critón ya encarcelado esperando que llegue la nave de Delos, lo que
significaba que al día siguiente del arribo se ejecutaría la fatal sentencia.
Su amigo Critón lo visita con la intención de convencerlo de que acepte escapar
de su celda, cosa que se antoja sencilla contando con cierta cantidad de dinero
para sobornar a quienes fuese necesario.
Critón le confiesa a Sócrates que
teme la opinión de la mayoría, ya que esta le reprocharía su inacción si no
intentase salvarlo. En este momento es cuando el maestro de Platón expone su
primera consideración moral en esta obra, y convence a su interlocutor de que
no es la opinión de la mayoría la que debemos escuchar y considerar, sino la de
aquellos que realmente son conocedores de la cuestión que observemos.
Evidentemente Sócrates se refiere a aquellos que realmente se preocupan y
poseen un verdadero conocimiento acerca de la justicia, la rectitud y la
honestidad.
Mostrando en todo momento una
gran serenidad ante la suerte que le esperaba, afirma ante Critón que ningún
motivo, ni siquiera una condena a muerte, puede cambiar nuestros principios
morales. Dichos principios no deben acomodarse a las circunstancias puntuales,
ya que habiendo sido reflexionados e interiorizados tiene que mantenerse
firmes.
Como consecuencia de lo defendido,
Sócrates mantiene que “no hay que considerar lo más importante el vivir, sino el vivir coherentemente”,
entendiendo por coherente una vida justa y honesta. Este ideal debe ser llevado
a sus últimas consecuencias: el que alguien cometa injusticia no es defendible
aunque éste la haya sufrido anteriormente.
La parte final del texto es extremadamente
interesante, Platón utiliza la prosopopeya poniendo en boca de Sócrates un
figurado diálogo entre este y una personificación de las leyes de Atenas. A
través de este recurso se vuelve a subrayar la obligación moral de respetar la
justicia, una justicia representada por la ley, si se atenta contra ella se
ataca la base de la sociedad, poniendo a esta en gravísimo peligro. Sócrates
reconoce implícitamente que él ha asumido como propias esas leyes, las mismas
que rigieron la unión de sus padres y su vida desde su nacimiento. Precisamente
como se respeta a los padres hay que respetar las normas de la Polis, Platón
demuestra aquí esa idea tan presente en la filosofía griega clásica de la
natural superioridad de la ciudad sobre el individuo.
Sócrates, que quiso permanecer
voluntariamente toda su vida en Atenas (y con sus leyes) no puede, ahora que ha
sufrido una injusticia darle la espalda a la legalidad, además como se le dice
finalmente, el juicio y su condena a muerte han sido errores de los hombres no
de la legislación.
Me gustaría que el tema tratado
en esta obra escrita hace veinticinco siglos se pensase cambiando el escenario
y relacionándolo con la sociedad de hoy. Que se reflexionase acerca de los
ideales de justicia y su lacra antitética la injusticia, que se considerase lo
que puede significar hoy en día una vida coherente (justa y honesta), y lo que
suponen las violaciones de las leyes para la estabilidad social.